jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Huir de la ciudad?

Es evidentemente la pregunta que uno se plantea con toda naturalidad cuando, en una calle, en el metro, o en un supermercado ve revolotear alrededor de sí mismo a una humanidad multicolor venida de otros confines, que se comporta como en un territorio conquistado–puesto que, lo hemos repetido muchas veces, «ellos están como en su casa en nuestra casa»...–. O incluso cuando uno se encuentra sumergido en el corazón de uno de esos atascos de tráfico monstruosos que resultan cotidianos en las grandes ciudades, sobre todo en las horas punta, cuando los zombis van a la mina o regresan de ella. Encerrado a cal y canto en su propio coche –nos hemos vuelto prudentes–, rodeado por los coches de los otros, delante, detrás, por la izquierda, por la derecha, uno llega a plantearse buenas preguntas, como la heroína de la película ‘Une hirondelle a fait le Printemps’. En ella Mathilde Seigner encarna felizmente a una joven mujer que supuestamente ha hecho “una buena carrera profesional”, como formadora de informática, y que en un momento dado, como ya no es posible vivir como los zombis que la rodean, decide cambiar de vida. Bloqueada en el barullo automovilista parisino, ha tenido un flash al ver, en la trasera de un autobús, un cartel en el que figura un paisaje alpino. Otro universo...
 
Tras haber seguido una sólida formación en el oficio que le espera –los aficionados al estilo burgués-bohemio no caben aquí...–, retoma una granja en el Vercors, para dedicarse a la ganadería. Va a pasarlas pero que muy canutas, descubriendo “de verdad” la rudeza de una región y de un oficio en los que hay que demostrar la valía de uno mismo día tras día, con humildad y tenacidad. Si no..., vuelta al lugar de origen.
 
El mensaje es claro y sincero. Pues no hay ningún interés en mecerse en vanas ilusiones. Pero, al mismo tiempo, es harto saludable incitar a los urbanitas formateados por la“civilización” occidental y preocupados por romper sus cadenas mentales, a plantearse buenas, verdaderas preguntas, para enfrentarse al fin a las realidades que nada tienen que ver con las utopías sesenta-ochenteras –que, a decir verdad, andan de capa caída–.
 
Hemos querido, como siempre con modestia –no nos gustan las fanfarronadas–, contribuir a ese cuestionamiento. ¿Qué es la ciudad? ¿De dónde viene? ¿Cuál ha sido o es todavía su utilidad? ¿Su eventual nocividad? ¿Acaso tal fenómeno socio-histórico no debe ser descifrado con realismo, sin complacencia pero también sin caer en esquemas maniqueos? Somos conscientes que sería necesario, para ello, disponer de unos medios editoriales con un mayor poder de difusión. Pero al menos habremos intentado conseguir algunos hitos. Y puede que hasta haber invitado a algunos a plantearse alguna que otra reflexión. Del tipo ¿Qué he hecho, qué hago y qué haré de mi vida?
 
Pierre VIAL

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