martes, 19 de febrero de 2013

El drama de los desahucios

Los que son desahuciados cada día puestos en la dura y fría acera, dejan atrás mustios y sombríos recuerdos de su vivienda habitual. Vamos, que donde normalmente vivían como derecho fundamental, ahora son arrebatados de sus techos que les protegían; la morada, el suave sitio donde uno habita. Los que son echados a la calle como muebles gastados y de desusa utilidad, fueron víctimas en su día de la burbuja inmobiliaria más salvaje y feroz, que acabó estallando como una pompa ilusoria y ficticia de jabón. Esa tecno verborrea, que con tanto vacile se movía entre las agencias inmobiliarias, es ahora muda y de denso silencio. La fiesta del ladrillo se acabó para siempre, dejando una estela de runa de deshechos y dramas personales. De hipotecas de morosa cobranza que probablemente jamás amorticen, porque adquirieron deudas astronómicas imposibles de saldar por muchos años que desee uno vivir. Desmantelándose el estado del bienestar, que apoyado en la muleta de las especulaciones tanto aroma exhaló durante estos últimos años de desvaríos económicos.
 
El desahucio y los problemas para pagar las sagradas hipotecas, ya no alcanza sólo a las familias de típico perfil en peligro de exclusión social, pues de todos los status y de todas las condiciones se pueden ver en el lazo de la soga que aprieta y que no suelta gravamen para respirar. Años de lucha y de sacrificios, de trabajo y de pluriempleo para conseguir el sueño plácido del tierno hogar, han quedado ahora impíos y vanos. Para al final, quedarse en la mustia y melancólica calle, con la familia y los muebles guardados y velados en un frío trastero arrendado. Esto es estampa triste y casi diaria de ver como incómoda de digerir. Los desahuciados contemporáneos, marginales crecientes en su número, gregariamente están haciendo un giro inimaginable, pasando de una vida acomodada a un limbo oscuro y borroso de deudo e insolvencia confesa. Empresarios, trabajadores, gentes de normales aceres y currantes de toda la vida, todos ellos han sido víctimas de la idiosincrasia más especulativa y engañosa que se ha movido en su viciosa órbita, para acabar en desastre y ruina engañosa de desilusiones adquiridas.
 
Todo esto, es residuo de un modelo económico de ladrillos y cemento rancios e infectos, del falso alter ego que produjo consumidores compulsivos de viviendas en propiedad. Donde les vendieron lemas y consignas murmuradoras como: “tener algo tuyo no tiene precio” y, “compra ahora para vender luego más caro”. El engaño de universal locura y tocomocho lícito, atrapó a las almas más confiadas. La gente no dio mucha importancia a las señales que de la otra parte del océano venían y, fingiendo que las ignoraban, seguían entrampándose en la intensidad del deseo de la posesión como virtud de progresar. Esto también influyó como un díscolo permeable en las mentes más codiciosas de a pie, que especulaban por lo bajo para luego pegar el pelotazo a título individual. El virus de la especulación y la codicia llegó a mutar en su propia cepa y, de momento, el antídoto se muestra tan ineficaz como de inocua solución. El alquiler era visto para los bohemios, los estudiantes y las parejas más progresistas e inconscientes. Pero ahora, cuando la pompa ha explotado, ha dejado una onda expansiva que ha deflagrado como un globo pasado de gas, anulando las horas que se tarda en hacer cuentas calculadora en mano deliberando pagos y cuotas abrigadas en matices de un silencio tesorero que les asusta. Anulando los días de cuando convivían en un cálido amor de familias bien avenidas y que iban tirando del carro de la vida como podían.
 
Algún suicidio consumado estos últimos días, e intentos de dejar este mundo por la puerta de atrás. Esto es inadmisible, esto es una esquizofrenia económica paranoide y de actuaciones de sangre fría, de los bancos codiciosos y las leyes que desamparan al qué sólo anhelaba una vida tranquila, apacible y monótona. ¿Cómo se indemniza una vida que se ha ido a otros mundos de mala gana con la rabia y la hipoteca pendiente adherida entre su alma? No más misas ni sepelios por perder una vivienda. ¡No tiene sentido!.
 
La gente suele apoyar en su proporción a los que las barbas del vecino ven mojar, porque la mayoría, son de buena pasta y todavía están humanizados y sensibilizados. Se han creado plataformas y grupos de protesta más o menos organizados y dispuestos a resistir, porque también sienten miedo, también tienen el aliento de la deuda pegada a sus cuellos que les persigue hasta por las noches ansiosas de sus sueños.
 
La banca, cooperadora necesaria de todo este drama contemporáneo, ha mostrado su rostro más inhumano y la insensibilidad manifiesta al máximo común del vulgar metal. La falsedad con la que manejaba sus hilos titiriteros, hizo que millones de familias se tambalearan y se hipotecaran de por vida, encadenándose al yunque de la carga fallida. Los pilares de la necesidad no se asientan siempre en el sentido común, y las cortinas de humo que tanto vendieron las entidades bancarias se disiparon con la bruma de la crisis, para al final, derivar en una convulsión social que ahoga los entendimientos. Los directores de banco -que antes te recibían con su mejor sonrisa-, hoy no te dejan chupar ni los caramelos del mostrador. Y si les pides ampliar el crédito de tu VISA, se mean de risa y se te quitan de encima con frases hechas: – Piense usted, que mi señora madre también sucumbió a esta magnífica oportunidad.-, para acabar señalándote la salida a dedo indicador y desentendido para quitarse de encima lágrimas y desventuras. Los bancos, ahora, son cómo: “Okupas legales” de lo que ellos mismos expropian. No visten con rastras ni llevan perros ni tocan flautas, sino que les vale el amparo de la ley, que de momento está de su banda y abrigo. Y el remedio y arreglo de la dación de pago, es fórmula perversa que sólo alivia la pena, pues acaba ejecutando el acto en virtud del cual; el deudor, realiza, a título de pago, a cambio de trueque, poco convincente injusto e inmoral recurso, para amortizar y saldar todo lo perdido, actuando como un parche engañoso que no iguala la equidad del juego limpio y deportivo. Igual, habría que legislar más suavemente, más fino e hilando en la necesidad de devanar cada caso en su justa medida.
 
Mientras, los gobiernos con sutil criterio, decidieron utilizar las ayudas para la banca, que a su vez, ejecutan los embargos. Un juego perverso especulativo con victimas colaterales, dejando miles de familias indefensas y vulnerables como el ruiseñor cantarín que se pierde en una cochera. Si salvamos a un banco, pues: ¡Salvemos por sentido común a las familias!, sólo es una cuestión de gestión y buena voluntad política, de deseo y ganas de encontrar la medida que fermente la mala leche de las entidades bancarias, que actúan como una nueva usura del siglo XXI, con praxis propias de almas de bronce mercantilistas que decía Platón, el filósofo griego.
 
Pero los jueces, ese poder del estado siempre paralelo a otros dos poderes más que nos protegen de males e infortunios, aplicando van el bálsamo de la Ley Hipotecaria que, de momento, no contenta ni a embargados ni a embargantes, debiendo de cambiar en su contenido no sólo las comas, sino el fondo del texto, que es la sustancia del caldo del ciudadano afectado, no debiendo perderse en matices del silencio mudo que aviva la desesperación y la penumbra de la legal solución. Porque pobreza, paro y desahucios es una formula explosiva que puede fulminar las estructuras que sustentan el equilibrio que nos separa de la quiebra técnica, del más allá de la zona de confort donde tanto nos habíamos acomodado. ¿Fue un error mal calculado o un falso hedonismo de universal locura? Una España de propietarios ha fracasado y se ha frustrado en el tropiezo de las costumbres arraigadas. Regular para todos los ciudadanos sería cabal y urgentemente necesario, para anular la locura del desvarío y el desamparo, y de buscar la solución operativa y práctica que no sea insensible ni desentendida de empatía, para hallar una salida noble y humanamente aceptable que contente a ambas partes.
 
Hay en la calle una confusión mental de lo que pasará a ras de futuro, que pide solución para evitar el fracaso social. Un drama que puede acabar en historia “hamletiana”, de tragedias y dramas canalizados por la demonización del propio sistema. Porque la calle, al final se puede quemar, y sería entonces donde se correría el serio peligro de la fractura comunitaria, que está inflamada como la llama vehemente que no se apaga con promesas y demás insinuaciones de dudosos apaños. Pero antes de llegar a tal “Agamenon” económico, los jueces con inquietudes sociales, deberían pulir los cantos de las leyes para el bien común y social, ponderando hacia una solución menos traumática para hacer estudio arreglo y remedio que no acabe en la mesa del rincón de ningún juzgado, que es la casa donde habita la justicia.
 
Mientras, otro tipo de espacio arrendado está sustituyendo a la vivienda propia que se perdió por los míseros aires. “Se alquilan trasteros”, que se conoce qué es negocio al alza y provechoso. Un trastero puede ser el futuro espacio para guardar nuestras vidas en oscuros y húmedos cuatro metros cuadrados. Y para colmo, se les ha ocurrido empresa tan locuaz como remedio de la reparación del daño para limpiar los activos tóxicos: Banco bueno, banco malo; “Mónica limón, Mónica Naranjo”, como cosa más surrealista que puede crear más espuma que solución fermentada. Ya veremos qué tal anda todo esto, que el pueblo ya está bregado de inventos disparatados y de soluciones “kafkianas”.
 
Sergio Farras 5/11/2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario