viernes, 1 de febrero de 2013

La eterna polifonía de la identidad vivida

Abre la puerta de un apartamento en París, Roma o Londres y casi invariablemente serán los mismos cajones, escritorios y estanterías de Ikea ... Entra en 9 de cada 10 restaurantes en Nueva York, Madrid o Bruselas y te ofrecerán la misma ensalada César y la misma hamburguesa con queso acompañada del mismo ruido de fondo certificado por la MTV ...
 
Echa un vistazo a un quiosco de prensa en Florencia, Oporto o Rotterdam y encontrarás los mismos modelos en papel cuché para cantar las alabanzas de idénticos productos fabricados en China o Bangladesh en nombre de Wall Street ...
 
Llevado por casualidad de un punto a otro del planeta, sólo el lenguaje (¿y por cuánto tiempo?) permite por ahora determinar más o menos el país en el que te encuentras. Ni la ropa, ni la comida, ni los pasatiempos, ni los programas culturales, los carteles de películas o el arte ya no son un punto de diferenciación.
 
La polifonía del mundo se acaba de forma gradual, poco a poco, para ser reemplazada única y escalofriante por la monótona música artificial del ascensor o del supermercado. ¡Lady Gaga y Coca-Cola desde Brest hasta Vladivostok!
 
Es obviamente contra este neo-totalitarismo impuesto por la oligarquía financiera nómada y apátrida (con la complicidad entusiasta del ejercito de víctimas voluntarias sumisas al consumismo) contra el que luchan los militantes de la defensa identitaria, de la identidad.
 
Porqué la identidad es la singularidad del mundo, lo que constituye su riqueza y que nutre la diversidad de sus genes.
 
La identidad es aquello que limita y encuadra el individualismo egoísta del hombre incluyéndolo en una entidad más grande en la que se solidariza carnalmente con una tierra y una comunidad.
 
La identidad es lo que hace a un hombre al mismo tiempo heredero, el vehículo del significado y la encarnación de una visión del mundo, desbordante de posibilidades y perspectivas originales y particulares.
 
Porqué, como ha teorizado Alain de Benoist, la identidad no es "aquello que nunca cambia, sino que un modo específico de cambiar", no es una "esencia inmutable", sino que es un particularismo incesantemente reinventado.
 
Por esta razón, nuestra concepción de la identidad, fundamentalmente arqueo-futurista, que tiene sus raíces en nuestras tradiciones mientras se enfrenta a los desafíos del futuro, sigue manteniéndose equidistante del conservadurismo paralítico de la derecha reaccionaria y del progresismo sin memoria de izquierda.
 
La Identidad es la tercera vía del pueblo que al mismo tiempo recuerda y construye, ama y combate, honra a sus muertos y afronta los desafíos de la época, defiendo su patrimonio y prolongándolo con la creación e innovación, ama a los suyos y comparte con los extranjeros la riqueza de su historia y de sus respectivos valores.
 
La Identidad es la espada del pasado cubierta en la sangre del presente para afrontar la lucha del futuro.

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