lunes, 8 de abril de 2013

Había llegado la hora

Los cinco legionarios se pusieron en marcha en silencio, el arma terciada y la mirada en la silueta del Yebel Buhaxen en el horizonte. No había luna y enseguida se los tragó la noche.
 
Iban unos tras otro, separados al... límite de metros que les permitía seguirse y distinguirse agazapados en la sombra, una sombra que escudriñaban de oído, como alimañas de andar ligero. Anduvieron horas, quizás fueron minutos.
 
El que iba a la cabeza se detenía cada poco y agachado miraba a su alrededor, hacía frío, le recordó a su tierra tan lejana, pero enseguida desechó cualquier pensamiento que le pudiera distraer. Apretó el fusil entre las manos. Siguió adelante.

Allí estaba ahora el moro, donde sabían que estaría, su figura se recortaba entre las llamas de una hoguera. Pasaron muy cerca, imperceptibles, pero él los vio, como los veía cada noche, como los veían todos, el moro les conocía y les respetaba, eran espíritus de soldados que iban a cumplir con su deber aún después de muertos.

Kiko Nuez. Abril 2013.

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