jueves, 3 de noviembre de 2011

Aniversario de la tragedia del vapor Cabo Machichaco

Procedente de Bilbao, el Cabo Machichaco se había presentado en Santander diez días atrás con una carga que sugería la fuerte expansión del ferrocarril: vigas, raíles y otros derivados de la metalurgia, además de 1.720 cajas de dinamita.

Bilbao padecía una epidemia de cólera y el buque tuvo que pasar la pertinente cuarentena alejado de los muelles, pero había prisa, de modo que una vez superado el trámite, y contra la ordenanza que obligaba a los buques que transportaban material inflamable a atracar en los espigones más alejados de la población, el Cabo Machichaco ocupó el número 3, prácticamente en el centro de la ciudad.

Declarado el incendio la multitud comenzó a concentrarse frente al barco alejada prudentemente del fuego, mientras una legión de marinos, bomberos y voluntarios espontáneos trataban de apagarlo con mangueras de agua y un improvisado hormiguero humano desfilaba por el portalón tratando de salvar baúles, maletas, libros, aparatos náuticos, muebles y cuanto pudiera salvarse.

Mientras tanto, a medio camino entre la multitud y el barco incendiado, el gobernador civil trataba de manejar la situación flanqueado por los ingenieros del puerto y el resto de autoridades de la ciudad, incluyendo al alcalde y varios de sus concejales, el gobernador militar, el coronel jefe de la Guardia Civil, los prácticos y un elevado número de militares y funcionarios.

La creencia general era que en las bodegas se concentraba material inflamable en abundancia, lo cual aconsejaba poner distancia al barco, sin embargo, el hecho de ver a las autoridades desafiando al fuego tan próximas a su foco empujaba a la muchedumbre a acercarse para palpar la tragedia en toda su intensidad. Mientras tanto el tañido de las campanas de la vecina catedral seguía convocando más y más almas frente al agónico buque. Aspirando el acre olor del humo alguien susurró la palabra dinamita.

Por unos instantes pareció que, conforme mandan las reglas de la naturaleza, el agua vencería al fuego, pues aunque la humareda seguía ascendiendo al cielo igual de opaca y densa, dejaron de verse las lenguas de fuego entre los retorcidos hierros. Los más atrevidos se acercaron a los contornos del muelle y se sentaron agitando las piernas sobre las aceitosas aguas. Viendo que el fuego remitía, el vapor Alfonso XIII se acercó al barco en llamas abarloándose para sumar el agua de sus bombas a la que ya lo alcanzaba desde tierra.

Fue entonces cuando sucedió. De manera simultánea y abriendo profundos cráteres a bordo, dos fortísimas explosiones elevaron al cielo santanderino una espectacular columna de fuego, entre cuyas horribles espirales flotaban al unísono los retorcidos trozos de hierro vomitados por las bodegas y centenares de cuerpos humanos destrozados, arrancados de cuajo al muelle por el efecto de la onda expansiva.

Con su capitán a la cabeza, la mayoría de los tripulantes del Cabo Machichaco murió en el acto y lo mismo sucedió con casi todas las autoridades. Entre el momento de la explosión y los días siguientes un total de 575 personas perdieron la vida y muchos de los más de dos mil heridos quedaron mutilados para siempre. La mayor parte de los fallecidos no murió a causa de la explosión en sí, sino debido a la metralla en que quedó convertido el cargamento de vigas y raíles. Del interior de la catedral, alejada unos doscientos metros, se extrajeron sesenta vigas de 300 kilos cada una.

La fuerza de la explosión produjo una serie de incendios en toda la ciudad para los que no quedaban bomberos, pues la mayoría habían perecido en el muelle. Aterrorizada, la población escapó de Santander buscando un refugio a salvo de la terrible catástrofe. Cuando volvió la normalidad, el cinco por ciento de los habitantes de la capital habían perdido la vida o se encontraban heridos, sin embargo, la noticia de que en el fondo de las aguas del muelle el Cabo Machichaco conservaba aún dinamita suficiente para terminar de volar la ciudad, impulsó a muchos a establecerse extramuros hasta pasados cuatro meses, cuando al fin se consiguió apartar el peligroso material.

En el centro de Santander a muy pocos metros de donde sucedió dicha tragedia se erige un monumento en honor a todas las victimas del vapor Cabo Machichaco, obra de el escultor asturiano Cipriano Folgueras y Doiztúa. Consta de una gruesa cruz de piedra de perfil escalonado sujeta a un pedestal piramidal -presenta grabadas las fechas de las dos explosiones-. Y completa la cruz la figura de una mujer doliente de bronce.

2 comentarios:

  1. Gracias por esta historia.

    Posttenebras.

    http://breverelatos.blogspot.com/2011/11/el-heroe-del-cabo-machichaco.html

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  2. Relatos como este gustan mucho en "La voz de Medio Cudeyo".La historia del Machichaco es muy conocida en la zona y que no se debe olvidar.
    Saludos.

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