miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las Flechas Negras en la guerra de España

Cuando el pueblo español, los aguerridos Requetés imbuidos de la más gloriosa tradición, la Falange Española revolucionaria y de ímpetu heroico y los valientes militares del Ejército con pundonor se alzaron en armas contra el caos propiciado por la devastadora Segunda República que precipitaba a la nación entera a la fosa del comunismo, nuestros hermanos italianos del Fascio, que desde 1922 marchaban junto al Duce Benito Mussolini por la senda de un nuevo y esplendoroso renacimiento clásico a paso gentil, no dudaron en sumarse a la gran batalla, al combate sin tregua, a la Cruzada de Liberación que se libraba con ardor en varios frentes por tierras de España.

Con premura, a la llamada de la pólvora y de la dignidad, se forman en Italia las primeras unidades de voluntarios de la vida y de la muerte, integradas por escuadristas de todas las edades desde los diecisiete a los cincuenta años, de camisas negras que quieren pelear en primera línea al lado de sus correligionarios de la tradición y de sus camaradas españoles de la revolución nacional, encuadrados en las formaciones castrenses. No tienen dudas, sino entusiasmo, no ponen objeciones sino que aportan soluciones. Alborozados, con himno y canciones en sus labios, con espíritu combatiente y decidido, manifiestan su deseo irrefrenable de ser partícipes en las trincheras donde se dilucida un duelo de valores supremos ante la Patria en llamas y en peligro inminente de sucumbir ante la esclavitud del azote marxista.

Traen en sus mochilas los combatientes que integraban el Cuerpo de Tropas Voluntarias, desde Italia, la mística fascista y el sentimiento de epopeya para alcanzar la victoria en los confines peninsulares de Europa. Vuelven al reencuentro secular con las calzadas romanas y las urbes cesáreas que trazaron y fundaron sus ancestros, acuden prestos para divisar de cerca los surcos que durante siglos rotularon sus arados, regresan para restablecer de nuevo el derecho y la norma que divulgaron sus viejos jurisconsultos y portan en sus manos, de nuevo, la espada flamígera, como en los dorados orígenes, para auxiliar a quienes se desangran y ofrendan sus vidas invocando el nombre de Dios y gritando en su último suspiro, a modo de exhalación, la elevación de la España eterna…

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