sábado, 17 de noviembre de 2012

Reflexiones de ayer y de hoy

 
Aunque pueda parecer frustrante, la situación actual es cómoda: vivir ahora nuestras ideas no exige más que una parte pequeña de nuestro tiempo libre, de nuestros medios y de nuestras preocupaciones. Las organizaciones existentes garantizan continuas posibilidades de ocio y viajes; nuestras editoriales siguen vendiéndonos nuestros libros y nuestros souvenirs; y nuestras inquietudes políticas pueden desahogarse en el eterno ciclo de grupos críticos que se hacen y se deshacen sin interrupción en los últimos años, entre la ilusión siempre negada de un retorno a la política real y el recuerdo nunca olvidado de la lucha armada. Participar de nuestra visión del mundo no obliga hoy a un determinado estilo, y ni siquiera a la defensa pública de determinados valores morales, sociales, políticos y culturales. La difusión de esos valores y de nuestra lucha en la sociedad que nos ignora, por otro lado, no representa ningún problema, ya que ni siquiera se plantea más que una relativa nostalgia histórica o un malestar coyuntural.

Podemos renunciar a la comodidad. Podemos apartar nuestro individualismo personal y grupuscular, buscando un consenso amplio entre quienes compartan nuestra visión del mundo, sin exclusiones. Podemos aplicar los recursos así liberados a la vertebración de grupos realmente militantes, que no se limiten a actividades partisanas. Podemos reconocer sinceramente que desde 1945 no hemos participado realmente en la vida pública, y que sólo podremos hacerlo con los medios que tenemos aquí y ahora. Podemos admitir la idea de una lucha que no sólo sea política (sino que se extienda a todos los aspectos de la vida) y que no sea sólo hacia el exterior (sino que comience por la formación colectiva de los militantes).

Sería incómodo. Podríamos fracasar. Podemos seguir encerrados en el magnífico castillo de nuestros sueños, y recrearnos en la crítica aristocrática de un mundo corrupto y decadente, en el cual, por supuesto, lo más corrupto y decadente son los grupos más cercanos. Pero, si lo hiciésemos, ¿podríamos seguirnos llamando fascistas?

Italia 1966

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